Vannevar Bush, Douglas Engelbart, y la madre de todas las presentaciones

Durante muchos años los inventos han extendido las capacidades físicas del hombre, más que las capacidades de su mente. Ahora, según el doctor Bush, tenemos instrumentos a mano que, si se desarrollan adecuadamente, darán al hombre acceso y control sobre todo el conocimiento heredado a través de las edades.

Con estas palabras introducía el editor un artículo que, en julio de 1945, apareció en la revista The Atlantic Monthly. Su título era As We May Think (“como podríamos pensar”), y su autor el doctor Vannevar Bush. El mismo que años antes había construido el analizador diferencial, un dispositivo totalmente mecánico capaz de resolver ecuaciones diferenciales. El doctor Bush se planteaba el siguiente problema: había ya tanto material publicado, tanta información, que no era humanamente posible aprovecharla, no había medios para poder consultar tamaña cantidad de datos para encontrar todo aquello que tuviera que ver con lo que se buscaba.

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Analizador diferencial. Computer Library, University of Manchester / CC-BY 2.0

Un ejemplar de esta revista estaba en una biblioteca de la Cruz Roja en Manila, en manos de un joven soldado que esperaba su traslado de vuelta a casa. Douglas Engelbart quedó impresionado por la solución que el doctor Bush proponía para este problema. Se trataba de un dispositivo, básicamente mecánico, en el que una persona podía almacenar documentos, libros, imágenes, correspondencia, periódicos y revistas, etc. Lo bautizó memex (según él, por elegir un nombre al azar, pero posiblemente por memoria extendida). Consistía en un escritorio en cuya superficie habría pantallas ligeramente inclinadas para proyectar sobre ellas el material a consultar, que se almacenaría en el interior, miniaturizado en forma de microfilm. Tendría asimismo un dispositivo de entrada, una placa transparente que permitiría escanear todo lo que se desease almacenar, permitiendo incluso hacer anotaciones sobre el material previamente almacenado El dispositivo iba provisto de palancas y botones para accionarlo.

Pero quizás su característica más notable era la posibilidad de crear con él un índice asociativo para indexar todo lo almacenado, lo que permitiría recuperar con rapidez información relacionada.

Años después, Engelbart, en su Augmentation Research Center de la Universidad de Stanford, no sólo llevó a la práctica las ideas del doctor Bush, sino que las empujó un poco más allá. El día 9 de diciembre de 1968 hizo verdadera magia. Ante una numerosa audiencia, la mayoría bastante escéptica sobre lo que iban a ver, él se sentó frente a un monitor, con un teclado, y un extraño dispositivo ideado en su laboratorio, al que llamaba ratón. Lo que hoy es una imagen habitual era entonces algo inaudito. No era esa la manera de interactuar con las computadoras, cuando todavía eran moneda corriente las tarjetas perforadas.

Nada más empezar su charla se hizo un silencio absoluto en la sala. De hecho, esa audiencia en principio escéptica sólo le interrumpió con algún murmullo cuando algo les sorprendía especialmente, o con alguna risa ante algún comentario jocoso del orador. El extraño poder que ejercía el ratón sobre un punto que aparecía en la pantalla llamó mucho la atención al principio, pero no fue nada comparado con lo que vendría después. Engelbart estaba ante una computadora que no sólo desarrollaba la idea del memex de Bush, sino que lo llevaba más allá. Cuando el puntero se situaba sobre una palabra que aparecía en pantalla y Engelbart apretaba una de las teclas del ratón, se desplegaba más información. Esto que hoy llamamos hipertexto era la extensión del índice asociativo de Bush, que permitía recuperar con facilidad información relacionada. Para su demostración utilizó un documento que consistía en algo tan prosaico como una lista de la compra, para demostrar que esa tecnología no sería exclusivamente para uso científico o comercial, sino que debía acabar formando parte de nuestra vida cotidiana. Pero fue más allá. En un determinado momento un colaborador suyo apareció en la pantalla. Estaban conectados en red, como hoy diríamos. Mantuvieron una videoconferencia, y trabajaron al unísono en un mismo documento que compartían, y que podía verse en pantalla. Esta demostración mágica, que alguien posteriormente bautizó como la madre de todas las presentaciones, acabó con un cerrado aplauso de una audiencia puesta en pie.

Para saber más: As We May Think; The Atlantic Monthly / As We May Think; Time, Sep 1945 (con ilustraciones) / Hiltzik, Michael A. 1999 «Dealers of Lightning» Harper.